Vade retro

El diseño gráfico ‘retro’ nos rodea. Y es fácil encontrar la fuente de esa ‘inspiración’ en Herb Lubalin. Uno de los grafistas más influyentes en su momento y que sigue siendo admirado por nuevas generaciones.

Lo que parece olvidar el gremio de diseñadores es que Lubalin fue el máximo exponente de un eclecticismo que durante los años 60 y 70 huía del estilo internacional y, por reacción, empezó a explorar el pasado, buscando tipografías más cálidas y humanas. Los estilos caducados o en desuso del siglo XIX y de las vanguardias de principios del XX servían para solucionar portadas de libros o de discos, carteles o packaging. El ‘vintage’ estaba a su disposición para jugar, experimentar y, sobretodo, rebelarse contra la uniformidad y rigidez de la retícula suiza.

Lubalin y el gran olvidado Tom Carnase bucearon en los catálogos victorianos, reviviendo tipografías añejas y revindicando el oficio popular de rotulista. Formaron parte del revival del Art Dèco de los 70 y vendieron muchas fuentes a través de la revista U&lc, que diseñaba Lubalin y editaba la International Typeface Corporation. La revista se distribuía gratuitamente y su impacto fué enorme.

Otro estudio que tuvo una influencia global revisando la historia fue Push Pin Studios, formado por Seymour Chwast, Milton Glaser, Ed Sorel y Reynold Ruffins en Nueva York en 1954. Por sus mesas pasaron ilustradores como John Alcorn, Paul Davis o el acuarelista James McMullan que, como los fundadores del estudio, son estudiados e imitados hoy en día. Aportaron un estilo que utilizaba manierismos del pasado sin caer en el pastiche.

Un ejemplo muy representativo sería el cartel que Milton Glaser hace en 1966 para encartar en un LP de grandes éxitos de Bob Dylan. Según él mismo, se inspira en un autoretrato de Duchamp, le añade un pelo vagamente Art Nouveau y una tipografía Art Déco y crea una pin-up, un icono Pop. Glaser ha declarado a menudo que la historia visual es su caja de juguetes.

Otro alumno de Cooper Union, como Lubalin y Glaser, fue el gallego Victor Moscoso, que llevó su interés por el diseño Art Nouveau un paso más lejos. Combinando la teoría del color (que aprendió en Yale de la mano de Josef Albers) con el rock más acido, fue uno de los mejores exponentes del cartel psicodélico de San Francisco. Junto con Griffin, Wilson, Kelley y Mouse, fueron los artífices de un estilo inconfundible, que ha quedado fusionado para siempre con la música que anunciaba. Denotación y connotación perfectamente ligadas.

Y, aunque hoy en día ciertos estilos ‘retro’ se hayan convertido en clichés de géneros musicales concretos, en convenciones visuales de ciertas subculturas, funcionan como signos de pertenencia para los que los consumen (ver artículo Subversive Typography). Estos estilos, tan encasillados y predecibles como uno quiera verlos, forman parte de su identidad, de su código semiótico. Cumplen una función.

El problema aparece cuando el ‘retro’ se convierte en un recurso formal agradable, vacío de contenido y, por consiguiente, inofensivo. En ese momento deja de tener sentido como lenguaje y resulta tan frío como la helvética de la que huían Lubalin y compañía.